Hace poco más de un mes, en vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno 2022, dos de los líderes autocráticos más poderosos del mundo, el presidente ruso, Vladimir Putin, y su par chino, Xi Jinping, celebraron una cumbre triunfal en Pekín en medio de mucha fanfarria.
Los dos firmaron un acuerdo de cooperación «integral» y «sin límite», declarando una «nueva era» en el orden global.
En el acuerdo se comprometieron a darse apoyo mutuo y declararon su oposición a una mayor expansión de la OTAN y a la formación de nuevas alianzas regionales.
Esto fue visto de modo general como un golpe velado al esfuerzo de Washington por formar alianzas en el Indo-Pacífico frente a una China más asertiva.
El mundo no tardó mucho en conocer qué implicaba la «nueva era».
Apenas unas semanas después de la firma del acuerdo y cuatro días después de la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín, los tanques de Putin entraron en Ucrania.
Durante un instante, Putin y Xi se mostraron imperiosos, mientras los paracaidistas rusos aterrizaban cerca de Kiev el primer día de la invasión y un portaviones chino navegaba por el Estrecho de Taiwán. El mundo miraba en estado de shock e incredulidad.
Ahora, con la maquinaria de guerra de Putin estancada y la economía rusa tambaleándose bajo las sanciones internacionales, los planes de Xi tampoco parecen ir bien.
Los expertos señalan que el cambio de postura de Pekín a favor de Rusia, la retórica más suave sobre Taiwán, el retroceso en las políticas económicas radicales y los confinamientos continuos por el coronavirus en todo el país son importantes reveses políticos para Xi.
Se espera que Xi sea confirmado para llevar adelante un tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista de China, que se realizará a fines de año.
Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia y por mucho tiempo observador de China, ha dicho en numerosas ocasiones que cree que Xi está decidido a seguir siendo el líder supremo del país «durante la década de 2020 y hasta la década de 2030» o, como lo describen algunos expertos, «presidente vitalicio».
Pero, desde una perspectiva histórica, los continuos reveses políticos normalmente no suelen presagiar nada bueno para los líderes autocráticos