Cuando hace calor en el Estado de México, me molesto mucho con Adán y Eva por el seco y sofocante calor que nos dejaron, porque como dijera un apreciable cronista brasileño de la época contemporánea, a ellos les debemos los agrestes climas en los que coexistimos… si no se hubieran comido la manzana de la discordia, todos viviríamos en el paraíso y no tendríamos que volver a trabajar ni salir de Quintana Roo, ni de Xel-há jamás.


Esa es una reflexión que pasa por mi cabeza a cada rato, pero es solo eso, una cavilación. Pensar que a la Península de Yucatán y a todos sus hermosos lugares solo venimos a sentirnos semidioses unos días es desalentador, porque tenemos que esforzarnos mucho cada que queremos repetir esa experiencia.


Llegar a Quintana Roo desde la Ciudad de México puede ser una aventura en sí misma. Hay varias maneras de hacerlo, de acuerdo con las necesidades de los viajantes. La primera implica conducir durante casi 20 horas solo deteniéndose para recargar combustible, para recorrer los mil 554 kilómetros que nos separan del paraíso, como se debe imaginar, para conseguir esa hazaña, debe haber en el auto más de un conductor para aligerar el viaje.

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