Aquella frase de “Con amigos así, no se necesitan enemigos”, parece reflotar luego del sábado por la noche, tras la victoria impopular de David Haney ante Vasily Lomachenko.

Mientras el público abucheaba sonoramente las tarjetas que le dieron la victoria al todavía invicto y campeón unificado (dos jueces, Tim Cheatham y David Sutherland, votaron 115-113 y Dave Moretti le dio 116-112 a Haney), comenzó a crecer el general desencanto.

Es cierto que, por un round de diferencia, podría haberse fallado empate. Pero para el público, y aficionados en general a través de las redes sociales, quedó en claro que Lomachenko había sido el ganador.

Se alzaron voces afirmando que no se podía hablar de “robo” en una pelea tan cerrada. Y es cierto, quizás, pero también es cierto e innegable que aunque no deba utilizarse esta palabra, resulta difícil encontrar quienes hayan visto como claro ganador a Haney, el favorito indiscutido en las apuestas y en las opiniones previas. Después de todo, el aficionado siente que ha visto una pelea y que finalmente el fallo le demuestra otra cosa.

Mientras el público abucheaba sonoramente las tarjetas que le dieron la victoria al todavía invicto y campeón unificado (dos jueces, Tim Cheatham y David Sutherland, votaron 115-113 y Dave Moretti le dio 116-112 a Haney), comenzó a crecer el general desencanto.

Es cierto que, por un round de diferencia, podría haberse fallado empate. Pero para el público, y aficionados en general a través de las redes sociales, quedó en claro que Lomachenko había sido el ganador.

Se alzaron voces afirmando que no se podía hablar de “robo” en una pelea tan cerrada. Y es cierto, quizás, pero también es cierto e innegable que aunque no deba utilizarse esta palabra, resulta difícil encontrar quienes hayan visto como claro ganador a Haney, el favorito indiscutido en las apuestas y en las opiniones previas. Después de todo, el aficionado siente que ha visto una pelea y que finalmente el fallo le demuestra otra cosa.

Eso sin hablar de los boxeadores, muchos de los cuales han confesado públicamente que le temen más a los jueces a al árbitro que a su rival. No olvidar que hace apenas una semana y también en Las Vegas, al venezolano Ismael Barroso, que iba arriba en las tarjetas, Tony Weeks le paró la pelea para darle el triunfo por nocaut técnico a Rolando “Rolly” Romero –también, como Haney, el favorito-, en una decisión que nadie logró entender.

Surgen entonces los más temidos fantasmas que van más allá de la impericia o la falta de criterios: el de los combates arreglados de antemano, algo que solamente perjudica al boxeo y principalmente, a los boxeadores que cuando suben como visitantes sienten que solamente el nocaut les permitirá ganar.

Aunque en la práctica no sea tan así, sigue sucediendo… con lo que también suelen caer justos por pecadores, que se entienda bien.

Un poco de historia. Allá por febrero de 1979, justamente en el Caesars Palace de Las Vegas, se vivió un hecho inédito: un campeón mundial en el ring frente a las cámaras de televisión, esperando a su desafiante, mientras éste abandonaba el Pavillion, escenario de la pelea que no fue. Y todo, justamente, porque la pelea –que era por la corona mundial medio pesado de la Asociación Mundial de Boxeo- no iba a ser regida por jurados de esa entidad, sino por oficiales de la Comisión Atlética de Nevada.

La Asociación Mundial de Boxeo había designado a Jesús Cellis de Venezuela (también jurado), a Roberto Hill (Panamá) y Luis Magaña (México). Los protagonistas fueron Mike Rossman, el campeón, que se quedó solo en el ring esperando; Víctor Galíndez, el ex campeón y entonces retador que se retiró del estadio y Juan Carlos “Tito” Lectoure, el promotor del boxeador argentino, quien se plantó para decir: “Sin jueces de la Asociación, no hay pelea”. Y no la hubo…

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