El denominado Batallón de Seguridad Turística quiere infundir confianza a los 11 millones de visitantes que el país, castigado por la narcoguerra y la delincuencia común, recibe esta Semana Santa

El Gobierno mexicano ha desplegado a más de 8.000 militares para proteger al turismo que esta Semana Santa recala en el país y que se ha convertido en uno de los síntomas de recuperación económica tras la pandemia. Una importante cantidad de tropas, 4.724 soldados, ha sido destinada a Cancún, Puerto Vallarta, Tulum, Mazatlán, Veracruz y Acapulco, que vuelve a convertirse en una zona de guerra del narcotráfico, con ocho muertos a tiros en lo que va de semana. Otros 3.000 militares controlan las carreteras que conducen a los Estados más visitados, y varios centenares ayudan a la Policía en la vigilancia de 54 terminales de autobús, cruceros y aeropuertos.

El Gobierno de López Obrador no quiere que la violencia que castiga el país rompa la tendencia al alza de un negocio que genera más del 7,5% del Producto Interior Bruto mexicano. Los ciudadanos ya vivieron la experiencia de perder el tránsito de visitantes durante el coronavirus. Fue un desastre con múltiples quiebras empresariales. El turismo cayó un 46% y el sector perdió 12.800 millones de euros.

Pero eso parece pertenecer a un trágico pasado porque las playas vuelven a estar llenas. En 2022 hubo 38,3 millones de turistas, un 20% más respecto a 2021, y este año se espera una progresión también sustancial. Ni el Ejecutivo ni los empresarios del sector quieren que este aumento se corte por una violencia salvaje y brutal que el año pasado concluyó con 39.960 asesinatos.

En esta edición coinciden además la Semana Santa con el ‘spring break’, una suerte de vacaciones de primavera que festejan países como Canadá, China, Taiwán, Japón y Estados Unidos. Todo ello se traduce en un aluvión de jóvenes avidos de fiesta y en un atractivo festín para la delincuencia. Desde el día 2 y hasta el próximo 10 de abril, México confía en recibir a once millones de pasajeros. La ocupación hotelera se calcula en un 85%, con picos especialmente elevados en los mejores enclaves de Acapulco (92%) y Veracruz (90%).

El plan de seguridad nacional intenta cubrir todos los eslabones de la cadena criminal. Y uno de los que se están revelando como más importantes es el trayecto desde el aeropuerto al hotel. La proliferación de bandas que actúan como asaltadores de caminos desata la alerta desde hace años, lo que ha obligado a la Guardia Nacional y el Ejército a desplegar abundantes controles de carretera y vuelos de vigilancia con helicópteros. El presidente López Obrador ha asegurado que el «periodo vacacional lo estará cubriendo en las áreas turísticas» el denominado ‘ad hoc’ Batallón de Seguridad Turística para «garantizar a la población que disfrute» del ocio. Es la respuesta del presidente centroamericano a los mensajes de EE UU, cuyo Departamento de Estado ha aconsejado a sus compatriotas que tomen «mayores precauciones», especialmente de noche, mientras permanecen en la costa caribeña de México.

Un retrato espeluznante

A diferencia de los narcotraficantes, los asaltantes buscan el dinero y las pertenencias de valor de los turistas, a quienes luego abandonan en lugares despoblados. No son raros los secuestros. Las largas carreteras semidesérticas o rodeadas de vegetación facilitan sus acciones y dificultan su localización por parte de las fuerzas de seguridad. Este jueves, la Fiscalía informó del hallazgo la noche anterior de 16 personas en Guajanato que viajaban a bordo de un minibús y que «fueron despojadas de sus pertenencias mientras al chófer le quitaron su vehículo», dijo el portavoz del Ayuntamiento de San Luis de Potosí, Miguel Cepeda Gallegos, Otras 21 personas siguen desaparecidas en la misma zona.

Acapulco ofrece una postal turística inmejorable. Sin embargo, también se ha transformado en la quinta ciudad más violenta del mundo. La narcoguerra dejó un reguero de 35 homicidios solo en los primeros quince días de enero y la cifra no ha parado de subir, en consonancia con la sangrienta gráfica trazada por las balas el año pasado, en que este pedazo de la región caribeña sumó 437 asesinatos. No es, con todo, el peor rincón de México. Tijuana, Ciudad Juárez… En todo el país, desde que comenzaran las festividades de Semana Santa el pasado fin de semana, ya ha habido más de 200 muertes violentas.

Dibujan un retrato espeluznante. El lunes, en La Caleta, un grupo de sicarios se bajó de un coche y la emprendió a tiros con varios comerciantes a pie de playa. Se supone que los atacantes eran extorsionadores. Tres de sus víctimas, una de ellas un menor de 17 años, murieron, así como una turista de Ciudad de México alcanzada por las balas. El mismo día, alguien encontró un cuerpo despedazado en una bolsa. Sus familiares se llevaron los restos en una carretilla. No dejaron que los inspeccionara la Policía.

Veinticuatro horas más tarde, alguien descerrajó dos tiros en el rostro a un taxista en la Colonia Ampliación Emiliano Zapata. Los allegados tampoco permitieron a la ambulancia hacerse cargo de él. Lo trasladaron en brazos hasta su casa, todavía agonizante. La Policía le encontró ya sin vida tendido sobre la mesa de la cocina. Allí, así como en la cercana Colonia Libertadores, el taxi es una profesión de riesgo. Cada año varios conductores son perseguidos, baleados y abatidos sobre el asfalto.

Con todo, el turismo no ha dado la espalda a Acapulco ni al resto de puertos y playas costeras ubicadas en la cuna mexicana del sol, el ocio y los grandes complejos hoteleros. Los empresarios admiten que viven un periodo de bonanza, pero han dado esta semana la voz de alarma por las continuas ejecuciones que quiebran la paz y advierten de un futuro quizá siniestro. Los crímenes forma parte de los ajustes de cuentas entre organizaciones rivales, de las pendencias del narcotráfico y la extorsión a los industriales, pero también del desafió al Gobierno por parte de los cárteles de la droga. Solo así, según su opinión, se explica que los pistoleros actúen cada vez con mayor frecuencia a la luz del día e incluso delante de los bañistas. O solo así, como una acción de fuerza y amedrentamiento, es posible explicarse que a alguien se le ejecute friamente y luego se deje su cadáver recostado en una palmera de la playa o que los cuerpos desmembrados se hayan convertido en un símbolo de las bandas.

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