En un mundo donde conflictos comerciales caminan con una estrategia de guerra, tiene su evidencia en la marcha a paso de ganso de Organización

La cumbre de México, Estados Unidos y Canadá, que dieron en llamar la Décima Cumbre de Líderes de América del Norte, pasó sin pena ni gloria. El encuentro de los presidentes BidenLópez Obrador y Trudeau, ocurrido el 10 de enero, no se vio estresado por la situación estratégica global, esa que importantes especialistas sitúan en las fronteras de una guerra nuclear por la tensión creciente que se desprende de la crisis militar entre Rusia y Ucrania. Más bien los tres presidentes lucieron relajados, y acompañados de sus respectivas esposas, disfrutaron de un tour en el Palacio Nacional de la Ciudad de México, guiado por la esposa de López Obrador, cargado de momentos chispeantes y de juegos humorísticos entre las tres parejas. Ofrecieron materia para un reportaje en alguna revista internacional de sociales.

Pero, debajo de las apariencias, se suelen cocinar los peores platillos. El despliegue angloamericano sobre los gobiernos de América Latina está guiado por el propósito de impedir y romper toda forma de colaboración de los países de la región con China, especialmente con el plan de expansión infraestructural mundial, diseñado por la nación asiática, conocido como la Franja y la Ruta, por medio del cual, y en menos de una década, China lleva invertido cerca de 100 mil millones de dólares en la construcción de infraestructura portuaria, ferrocarriles y plantas de generación eléctrica, en algunas naciones latinoamericanas.

En la perspectiva de una globalidad unipolar, resulta intolerable la idea de conjuntar esfuerzos y propósitos internacionales comunes. No hay lugar para la existencia de otras naciones fuertes. La condicionante sine qua non es la subyugación total al diseño soportado en la fuerza que impone reglas y desconoce derechos. A eso se debe la expansión irrefrenable de la OTAN, durante los últimos 20 años, pasando por encima de compromisos y acuerdos de que no se haría, una vez disuelto el Pacto de Varsovia y que tampoco se extendería hacía el Pacífico. Ahora se está planteando la incursión del organismo militar trasatlántico en América Latina. Se pretende que las naciones latinoamericanas, con gobiernos de izquierda o de derecha, queden atadas a la geopolítica de la globalidad unipolar.

Para el analista en asuntos latinoamericanos, de la revista Executive Inteligence Review (EIR), Dennis Small, este es un despliegue en torno al cual los poderes financieros internacionales están ejerciendo una presión tremenda sobre los gobernantes latinoamericanos con el cometido de alinearlos a la geopolítica global. En tal propósito lo que se estimula y en algunos casos se respalda directamente desde los centros de inteligencia angloamericanos, es el debilitamiento de los gobiernos de la región, atizando procesos de polarización política e inestabilidad social, como los que se están observando de manera franca en las naciones del cono sur, especialmente Brasil, Perú, Bolivia y Argentina. Y en efecto, en la vieja política colonial, no pierde vigencia la sentencia del «divide y vencerás».

A partir de la firma del TLCAN, a mediados de los años noventa, México quedó enganchado a los derroteros geopolíticos angloamericanos. En la dinámica de los bloques económicos mundiales, al adherirse al bloque norteamericano, el país perdió autodeterminación en muchos de los renglones relacionados con la política económica y comercial. Se impusieron las normas del modelo neoliberal y el país ha navegado por décadas como una barquichuela al lado del acorazado de los Estados Unidos. Los saldos de tal incondicionalidad son incuestionablemente desfavorables, reflejados con intensidad, no solo en la creciente pobreza, sino también en el abandono explícito de lograr soberanía industrial y tecnológica.

Por el comportamiento del presidente López Obrador en la cumbre, no parece que esté procesando la complejidad relacionada con los objetivos de la política exterior norteamericana. Se adhiere a la inercia de la política comercial que se le impuso a México desde la firma del TLCAN, y, en una especie de audacia ingenua, se ofrece ante el Gobierno de Biden como el eventual intermediario para que toda América Latina quede enfundada en un bloque de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá. Su lógica pragmática lo lleva a pensar que el conflicto comercial de Norteamérica con China, es una gran oportunidad para que en el escenario de esos afanes competitivos México reciba los mayores beneficios.

Hay ocasiones en que el temor produce sueño y embota los sentidos. Es posible que eso alimente la ingenuidad del presidente López Obrador, quien parece no percatarse de que estamos en un mundo en donde los conflictos comerciales caminan en binomio con una estrategia de guerra, que tiene su evidencia en la marcha a paso de ganso de la OTAN. El mismo 10 de enero en que el presidente López Obrador, proponía extender el bloque comercial de Norteamérica a todas las américas, y reconocía que Biden tenía la llave para lograrlo, la Unión Europea y la OTAN, firmaron una declaración conjunta para seguir reforzando su cooperación en el contexto de la guerra entre Rusia y Ucrania. Una confirmación de que las alianzas comerciales alentadas por occidente, contienen obligados compromisos de una geopolítica militarista encaminada a una especie de dictadura global, que todo lo impone por la fuerza y a nombre de la democracia.

México no debe continuar como vagón de un ferrocarril que camina hacía la guerra. A finales de enero de este año, tendrá lugar la Séptima Cumbre de jefas y jefes de Estado de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Argentina, que actualmente tiene su presidencia. Al encuentro está invitado el presidente de China, Xi JinPing. La CELAC ha mantenido una apertura orientada al estímulo de relaciones comerciales y políticas no supeditadas al unipolarismo, ni a la exclusión de sus miembros, e inclinada a acuerdos comerciales que tengan como saldo fundamental el desarrollo y construcción de infraestructura económica básica para los países de América Latina. Ese ánimo ha entrado en consonancia con el gobierno de China.

El encuentro en Argentina, es una buena oportunidad para que México y el presidente López Obrador agarren oxígeno, y salgan de los carriles que llevan al país a la zaga de la política imperial de la OTAN.

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