Esta vez no fueron feministas enfurecidas, ni madres buscando a sus hijos quienes convocaron a marchar sino el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, que el domingo volvió a ser arropado por cientos de miles de personas como solía hacerlo en su época de opositor, entre las que caminó durante horas.

Mexicanos de toda la república marcharon con espíritu festivo por la Ciudad de México que, desde la madrugada y hasta entrada la tarde, tuvo sus principales avenidas atestadas de centenares de autobuses que arribaron del norte y sur del país.

Al frente iba López Obrador como pez en el agua, un político que antes de llegar al poder lideró algunas de las mayores manifestaciones de este siglo en México.

El mandatario había llamado a todo el país a participar en la “marcha del pueblo” en un claro desafío a la oposición, que hace dos semanas salió en grandes números a protestar contra su gobierno, criticando sobre todo su más reciente apuesta de cambiar las leyes electorales.

Y a ellos pareció dirigir las primeras palabras de su mensaje. “Sufragio efectivo, democracia efectiva, no reelección”, subrayó antes de hacer un balance de su gestión, sin dar muestras de autocrítica y repitiendo sus consignas de siempre en favor de los pobres y contra las oligarquías.

López Obrador tardó poco menos de seis horas en caminar los casi 5 kilómetros de recorrido, negándose a subir a un vehículo como le propuso su equipo de seguridad —funcionarios vestidos de civil y presencia muy discreta— cuando el fervor del público parecía desbordarse. Quiso disfrutar de las fotos y las manos que se estiraban para saludarle en la que, según algunos analistas, podría ser la última marcha de este tipo en su carrera.

La inmensa mayoría de los participantes llegaron organizados por el partido gobernante, Morena, por sindicatos o por colectivos de todo tipo. Días antes, el mandatario había asegurado que no se tocó “ni un centavo” del presupuesto público para la marcha, pero no está claro quién pagó tantos autobuses.

Algunos grupos estaban organizados por los gobiernos locales. El de Pedro Sánchez, un albañil que arribó desde el istmo de Tehuantepec, en el sur del país, dijo que fue con el apoyo de su municipalidad.

Otros eran liderados por políticos que aspiraban a ganar protagonismo en el partido. Gaby Contreras, exalcaldesa de Morena, traía un grupo de la localidad de Teoloyucan, al norte de la capital, y era la única de ellos autorizada para hablar. “Estamos aquí para apoyar al presidente”, declaró.

La oposición denunció que muchos fueron forzados a acudir o “acarreados” previo pago, pero los manifestantes lo negaron.

“Yo vengo desde Sonora en avión y me pagué mi boleto”, aseguró la abogada América Verdugo.

“No somos acarreados, se llama ‘organización’, y aunque no lo crean es lo que estamos haciendo desde 2006”, enfatizó Nelly Muñoz, una administrativa de la Universidad Nacional Autónoma de México mientras viajaba en transporte publico junto a una matemática y una diseñadora para participar en el evento.

En 2006, López Obrador se quedó a un ajustado 0,56% de los votos para conseguir la presidencia y un enorme sector de la sociedad apoyó sus denuncias de fraude electoral. Esas mismas personas fueron las que se organizaron durante los 12 años posteriores y le llevaron al poder en 2018.

Parte de esa gente, algunos de ellos de clase media, académicos, defensores de los derechos humanos, feministas o ecologistas, son ahora de los más críticos con el gobierno por el creciente papel de los militares en el país, la imparable violencia, diversas leyes cuya constitucionalidad se ha cuestionado en los tribunales, el doble rasero en su lucha contra la corrupción y el apoyo a polémicos megaproyectos.

Pero López Obrador siguió defendiendo todas y cada una de las medidas tomadas, volvió a arremeter contra sus contrarios y pidió seguir trabajando por el cambio que primero había llamado “Cuarta Transformación” de México y que el domingo renombró movimiento de “humanismo mexicano”.

Clara Jusidman, fundadora de INCIDE Social —una organización no gubernamental especializada en democracia, desarrollo y derechos humanos— y que ha participado en muchas marchas, algunas junto al ahora presidente, consideró que al valorar una movilización “no importa el número, importa la razón por la cual la gente acude a las marchas”.

A su juicio, muchos mexicanos se sienten obligados a participar porque reciben transferencias directas del gobierno —la principal vía utilizada para apoyar a los más necesitados—, algo que ella considera es un sistema de “sujeción o subordinación” mas que un ejemplo de democracia social.

No faltaron a la cita políticos con aspiraciones políticas locales, estatales o presidenciales, entre ellos tres aspirantes a suceder al presidente en 2024: el secretario de Gobernación, Adán Augusto López; el de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y la alcaldesa capitalina, Claudia Scheinbaum.

Tampoco los fanáticos, como Alberto Cervantes, que viajó desde Los Ángeles y llevaba el rostro del mandatario tatuado en el brazo.

Otros eran más críticos, como Lorena Vaca, que con una bandera de la comunidad LGBTQ pedía mayor atención para mujeres y transexuales.

“Hay cosas en las que no estamos de acuerdo… pero eso no significa que no apoyemos el proceso de la Cuarta Trasformación”, señaló Aurora Pedroche, miembro de un sector de Morena que cuestiona a la dirigencia del partido pero apoya al presidente.

“No se puede hacer un cambio del día a la noche y Andrés Manuel no es infalible”, insistió Pedroche. “Pero hemos trabajado mucho y lo que no queremos es que esto se revierta”.

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